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Historia del Templo

Como hemos contado anteriormente, en la historia de Marcelino Rodríguez, el 25 de noviembre de 1861, concordando con la conmemoración de Santa Catalina de Alejandría, se inauguraba la primera Capilla con la imagen que el abuelo de Marcelino había traído de España.
 

En 1885 los Salesianos se hicieron cargo de la Iglesia y del colegio. En 1896 ampliaron las dos naves laterales y, en 1901, se elevó como un homenaje a Cristo Redentor, la torre.

En 1935, al cumplirse el 50° Aniversario, el Padre David Ortega, le encarga al maestro Augusto Fusilier que diseñara y ejecutara una nueva decoración para la iglesia. Desde febrero de 2011, las obras de su autoría que decoran ocho iglesias porteñas pertenecen al Patrimonio Cultural de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

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Pero en 1953, debido a un posible peligro de derrumbe, se demuele la capilla para poder construir el Templo que conocemos hoy.

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De todos modos, no fue tarea sencilla: a pesar de haber colocado la piedra fundamental el 25 de noviembre de 1955, con la bendición de Monseñor Zato, el Templo se habilitó recién el 14 de agosto de 1968.
Los problemas se debieron a temas económicos y de cambios de arquitectos. Es por eso, que el frente de la iglesia tiene un estilo arquitectónico y el interior otro muy diferente.

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El mensaje del Nuevo Templo:

Contiene en sus líneas arquitectónicas un riquísimo simbolismo doctrinal y religioso.

Lo primero que impresiona al visitante es la amplitud del espacio interior, desprovisto totalmente de columnas en un alarde de ingeniería.

La luminosidad multicolor crea un efecto maravilloso como así también la originalidad de las líneas del techo. Este último, configura una enorme cruz, determinada por cuatro paraboloides hiperbólicos.

Se trató de emplear un material virgen y presentarlo en su forma más simple: el hormigón armado al descubierto. Y la forma invertida, que se precipita desde lo alto del coro sobre las gradas del altar, tributan reverente homenaje al misterio de la Eucaristía.

Los elementos empleados, así como las formas, nos introducen en un estilo neo colonial.

Y comencemos por observar los detalles: el grandioso y curioso techo no descansa sobre las paredes laterales; no causa esa idea de “aplastamiento” a pesar de su forma invertida, sino por el contrario pareciera cubrir o “cobijar” a los fieles. Está suspendido.

El techo de la nave central con sus armoniosas formas, simboliza la Cruz que a diario, como hombres, necesitamos cargar para seguir adelante.

El vitral y los colores del Templo:

El vitral plástico, proyectado a los efectos de conseguir una máxima iluminación, fue estudiado y diagramado en su gama de colores por el profesor Montes de Oca, miembro del cuerpo docente del Instituto.

Los amarillos, luz espiritual de Dios en la persona de Jesucristo, predominan en la parte superior; los azules, objetivación de la materia, son alcanzados por la serie de los luminosos intermedios (naranjas, verdes, celestes); los rojos, que simbolizan la sangre de Cristo en su crucifixión, se alternan con los violetas, símbolo de nuestro dolor ante la Pasión de Cristo.

El Vía Crucis:

Los hermosos vitrales del Vía Crucis, fueron ejecutados por la Casa Estruch, en un clásico estilo Chartres.

Advertiremos que los cuadros son 15. Pues se agregó a las catorce estaciones tradicionales, una última que representa la Gloriosa Resurrección de Cristo.

Fueron ubicados intencionalmente a la altura del rostro para favorecer una mejor visualización.

 

Finalmente, el 11 de noviembre de 1984, se funda la Parroquia y se designa al Padre Patricio Geoghegan como 1° Párroco.

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